Ola de calor 2/3

Este año La Capella nos ha acogido para presentar las obras de lxs artistas seleccionadxs en la Convocatoria de Artes Visuales Miquel Casablancas. Aprovechando donde están expuestas, en el centro de la ciudad, queremos pensar de forma situada problemáticas que «queman» en este contexto urbano, a través de tres obras de la exposición. De forma continuada, durante tres semanas, San Andreu Contemporani os hará llegar las reflexiones.

Después de las reflexiones sobre turistificación de Alán Carrasco, a propósito de la obra Grandiosa Fantasia de Irene de Andrés, continuamos con las reflexiones de Marta Ramos-Yzquierdo sobre espacios habitables y precariedad a partr de la obra de Biel Llinàs, El artista y el agrimensor.

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Las condiciones de producción inciden directamente en el desarrollo de la actividad, y, por tanto en el producto final. Las condiciones de vida los trabajadores también, como señalaba Engels en “La cuestión de la vivienda”, tres artículos publicados entre 1872-1873, en los que describía cómo las personas que migraban a las ciudades industriales sufrían por la falta de vivienda y las altas rentas de alquiler. Marx indicaba, a su vez, que la rentabilidad de un alquiler era siempre plusvalía, ya que no procedía de la fuerza de trabajo sino de la especulación de la propiedad del suelo.

En estas circunstancias, algunas sociedades benéficas comenzaron a proveer de viviendas colectivas de acogida, e incluso se comenzaron a desarrollar planes estatales para aumentar la oferta de espacios habitables fuera de los juegos del mercado. En la recién nacida Unión Soviética se fueron sucediendo diferentes planes maestros de urbanismo y habitabilidad a bajo costo. En España se fundó en 1903 el Instituto de Reformas Sociales, encabezado por Gumersindo Azcárate, parte de la Institución Libre de Enseñanza. En 1911 se promulgó la Ley de Casas Baratas, que entre otras soluciones apoyaba el cooperacionismo como vía para la construcción de nuevos edificios para la clase obrera. En Cataluña el Patronato Municipal de la Habitación se creó en 1927, y la primera iniciativa emprendida se llevó a cabo dos años después para alojar a los habitantes de Montjuïc, expulsados por el levantamiento de las infraestructuras de la gran Exposición Internacional (podéis encontrar una historia muy bien hilada de estos últimos datos en el artículo de Mercedes Tajter: http://www.ub.edu/geocrit/tatjbcn.htm).

Pasadas dos guerras mundiales, y con los planes desarrollistas que ya se mostraban en aquellas grandes muestras universales, el orden y el progreso, fueran del matiz que fueran, buscaban un estándar habitacional, definir los límites y espacios necesarios para el desenvolvimiento de la vida, es decir, ejercer de agrimensores sociales. En Rusia fue la casa K-7, las “jrushchovkas” construidas en 12 días y con apartamentos familiares de 30m2. En el otro extremo, Mies Van der Rohe diseñó como espacio mínimo de vivienda un módulo de 5 x 5 m, y Le Corbusier construyó su pequeña cabaña de 3,66 x 4,36 m, en 1952. Claro que Corbu, salía de su refugio a un jardín que descendía sobre la Costa Azul francesa.

Hoy, en la era del capitalismo cognitivo donde muchos trabajamos 24/7 desde terminales digitales conectados desde nuestros cuartos, la vivienda es nuestro lugar de trabajo. Podríamos decir que las condiciones de producción son más que nunca las condiciones de vida.

La cédula mínima de habitabilidad catalana actual es de 5m2. Casualmente, el espacio que el artista Biel Llinàs comparte como estudio en su casa. En cada mudanza, en cada deriva, miden el espacio para planificar el uso óptimo del mismo. Como en un anuncio de Ikea, donde jóvenes emprendedores montan su república. Se escuchan ecos situacionistas, conversaciones de una novela de Perec o de las construcciones de Absalon, aunque siempre lejos de caer en la estetización de la bohemia artística o del dinamismo del autónomo que muchos, pareciera, quieren idealizar.

Ahora mismo, las condiciones de vida en un nivel adecuado –como promete la Declaración de Derechos Humanos desde 1948– nos hacen dudar de esa capacidad de adecuación. El campo de investigación de Biel sobre “el espacio, individuo y experiencia”, es decir, cómo habitamos, producimos y consumimos, se estandariza en un mínimo común denominador que afecta a todas las capas del precariado, y que la práctica artística consigue hacernos visualizarlas explícitamente con seis cintas métricas colocadas en el suelo reproduciendo las dimensiones exactas de su habitáculo. La escala mínima espacio-temporal que el geógrafo David Harvey podría usar para un análisis de la crisis (por acumulación) de la condición, medio y producto de una geografía social contemporánea.

Foto: Pep Herrero