Ola de calor 3/3

Este año La Capella nos ha acogido para presentar las obras de lxs artistas seleccionadxs en la Convocatoria de Artes Visuales Miquel Casablancas. Aprovechando donde están expuestas, en el centro de la ciudad, queremos pensar de forma situada problemáticas que «queman» en este contexto urbano, a través de tres obras de la exposición. De forma continuada, durante tres semanas, San Andreu Contemporani os ha hecho llegar las reflexiones.

Después de las reflexiones sobre turistificación de Alán Carrasco, a propósito de la obra Grandiosa Fantasia de Irene de Andrés; y de las reflexiones de Marta Ramos-Yzquierdo sobre espacios habitables y precariedad a partr de la obra de Biel Llinàs, El artista y el agrimensor, finalizamos con el texto de Federicaa Gordon sobre la violenciam institucional hacia las personas vinculado a la obra Install/Dismantle, de Art Builders Group.

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Sabotage
Algunas notas para instalar y desinstalar sin perder la vida en ello

El trabajo de Art Builders Group, Install/Dismantle, señala cuestiones que aparecen en las zonas más oscuras de la profesionalización del sector del arte. 

Partimos de la premisa que el movimiento obrero y la regulación del trabajo ha ido operando mejoras en las condiciones del trabajo en todos los sectores. A ojos de cualquier persona externa al mundo del arte, trabajar en este sector puede ser un sueño. Pero la realidad es que para muchos el llevar a cabo una carrera en este mundo puede llegar a convertirse en una pesadilla con tintes de sadismo y nepotismo, absurdos, pero bien reales. 

Si a eso le sumamos la desfachatez de que se producen situaciones lamentables (y denunciables) a diario en espacios que se llenan la boca de hablar de cuidados, diálogo, “lideratge” positivo, la mascarada y la violencia contra esos subalternos suyos, los empleados de rango inferior a cualquier puesto directivo, se vuelve tan destructiva, absurda y kafkiana, que puede llevarte directamente a sufrir ansiedad, ataques de pánico y otras consecuencias devastadoras o empobrecedoras; como que mucho del talento que se genera a nuestro alrededor decida voluntariamente alejarse, dejar sus prácticas, y llevar una vida más tranquila, consciente, y consecuente en otros ámbitos. 

Hablaré claro, nuestro mundo sufre de una violencia institucional operada desde distintos lugares. Desde la institución, evidentemente (el museo, pero también las administraciones y poderes políticos que las controlan), y también operada a través de las prácticas que tradicionalmente asumimos como normales en nuestro dia a dia y, como no, por nuestra competencia (si, los colegas de profesión). 

El entorno de trabajo. La institución y sus “líderes” y “lideresas”. Muchos, poco saben del trabajo en equipo. Y así nos va. El vídeo de ABG toma el contexto anglosajón en su “caso de estudio” en forma de obra filmada de estranquis en las instalaciones de la Tate Modern londinense, ciudad en la que ya ha habido grupos de estudio universitarios que han abordado la cuestión de la precariedad, la vulneración de los derechos más básicos de los y las trabajadores de las llamadas industrias culturales y el maltrato que se sufre en un contexto que aún sigue marcado por un fuerte elitismo. En nuestro país seguimos estando lejos de equipararnos a nivel de protección de los trabajadores de los sectores creativos a países como Francia, Inglaterra, Alemania o Holanda. De sobras es conocido, por ejemplo, lo que está costando el reconocimiento del estatuto de artista o de profesional de las artes. Pero, ¿por qué es así? 

A menudo me encuentro comparando mis condiciones laborales, de trato y de sueldo e incluso de liderazgo de mis superiores y de motivación con colegas de otros ámbitos. Y no deja de sorprenderme. El desconocimiento de los derechos, incluso del estatuto de los trabajadores y de las lógicas empresariales, nunca en beneficio del trabajador (que quede bien claro!) campan a sus anchas. Situaciones que rozaban el sadismo más salvaje junto a una fuerte competencia por la idea, no sabemos desde donde se nos ha inoculado, de que trabajar en este mundo es un privilegio por el que debemos besar el suelo de aquellos que nos dan una oportunidad y no rechistar ni aunque nos torturen. Un verdadero Museo Coconut, pero sin gracia. Pasearse entre las mesas de los compañeros cuando se lleva muchos años y muchas batallas, puede ser más parecido a atravesar un centro comercial lleno de zombies. Gente medio muerta, que solo despierta cuando la sangre y la carne fresca está cerca. La juventud sobradamente preparada, que ha vivido desde los 2000 su carrera profesional en estos ámbitos, choca con una rigidez estructural, endémica y asfixiante. Y una precarización de sueldos y condiciones, que con cada nueva crisis o pandemia aumenta. 

Estas dificultades estructurales se ven acrecentadas por el influjo de grupos de poder, los de siempre, sobre este sector (como lo hacen sobre la moda, el cine y otros ámbitos creativos). Al igual que en el campo de la economía no eres nadie si no has realizado un máster en la London School of Economics, en el mundo del arte no eres nadie tampoco si no has pasado por Bard, Goldsmith o Central Saint Martins. Así que la élite, o quienes son apoyados por la élite, sigue nutriendo las listas de becarios no remunerados que entran en la institución. 

O peor aún, los centros se ocupan con personas que pueden permitirse trabajar casi gratis mientras viven en las grandes capitales del mundo esperando “la oportunidad” el puesto de head de departamento o junior curator de algún espacio menor para iniciar una carrera de ascensión veloz hacia la cúspide del estrellato, la dirección (mientras, viajan constantemente y llenan su cv de colaboraciones igualmente gratis). También hay quien nace con suerte (u otras cosas) y puede permitirse vivir en sus pisitos pagados, escribiendo crítica en un país en el que se debe pagar por escribir, mientras hacen un doctorado o similar. Tras diez años agazapados logran la dirección de un equipamiento sin tener experiencia en dirección de otro espacio similar (qué raro!!) ni práctica en el trabajo con equipo, en la gestión, y con cero conocimiento de gestión de equipamientos ni personas, y por supuesto nada de esa cosa extraña que se llama rrhh. Un espécimen particular y raro de ser humano al que a pesar de hablar de cuidados y de lo común cada vez que puede, para seguir la moda, lo humano no despierta el mínimo interés en ellos. Nada quieren saber de un mundo, el del otro, que no es el suyo. Y, por consiguiente, la empatía y la capacidad de ponerse en el cuerpo del otro, brilla por su ausencia. Porque sí, en esa dura carrera solitaria, hermética, han tenido que hacer callo y corazón yermo. Se exige, si quieres tener éxito, aprender bien a ponerle la zancadilla al otro desgraciado, conocer todas las tácticas y sucias de ardides; convertirte en el cinturon negro de la lucha por las migajas de pan duro y carcomido por los gusanos que te ofrece cualquier fee (al menos en mi Barcelona querida). Tengo la confianza de que el karma y la justicia cósmica acaba poniendo a estos sensei oscuros frente a alguien a quien tratan mal cuando no debían. Y entonces los rayos del Olimpo caen sobre ellos y por fin los envían para siempre jamás de vuelta a sus mazmorras, petrificados, desde donde siguen mirando al mundo con prepotencia y ojos inyectados en sangre por la rabia, la envidia y la codicia. * 

¿Y qué hace el resto de la gente ? Pues inician una vida profesional con altas aspiraciones de legitimidad, crecimiento intelectual y profesional desde abajo, esperando ir ascendiendo poco a poco. Un ascenso que nunca se produce, o se asciende poco, nunca a lo más alto. Porque el verdadero ascensor que rompe los techos de cristal nada tiene que ver con su valía profesional. Muchos desearon en su día formar parte del cuerpo de vigilantes de sala con licenciaturas y másteres universitarios (y dominio de idiomas nivel proficiency) con sueldos de insulto pero incitados por el ven a formar parte de nuestro equipo. O bien a desarrollar sus habilidades técnicas en el cuerpo de montadores de exposiciones, pútrido de numerosos licenciados en Bellas Artes, verdaderos artistas, funambulistas de la precariedad y la falta de protección. 

Dos de las escenas que retratan Art Bulders Group llaman poderosamente mi atención: la primera la del montador que silba y rompe el silencio. La segunda, el muchacho joven al final del vídeo que lleva a cabo la fácil tarea de barrer de la manera más displicente posible. Ambos personajes aparecen ruidosos, desmadejados, resistentes a una lógica que implica el silencio, el hacer sin rechistar, la invisibilidad: son realmente unos misfits. Personajes que se protegen a su manera contra lo establecido, contra el orden censurador del establishment. Personas que se hacen eco de su rareza ante el borreguismo de la corriente mansa del resto de la gente. Personas conscientes de su diferencia; su otredad. No ejercen la violencia contra nadie, tampoco contra ningún bien material. No son terroristas. Son desclasados, inadaptados. Ejercen un rechazado que es intencionalmente vago, o simple y llanamente, saboteador. Como quien no quiere la cosa. Han decidido hacer frente a esa constante necesidad de impostura que acertadamente señalan María Ruido y Brigitte Vasallo en su último trabajo. 

El sabotage, qué gran palabra. Aún recuerdo cuando en una de las instituciones en las que he trabajado algunos compañeros comentaban que tras la rebaja de sus sueldos, habían decidido secretamente bajar su productividad en una proporción pareja. A partir de cierta hora, permanecían en su lugar de trabajo, simplemente simulando estar tan ocupados como siempre. A veces, ni hacían nada, otras, la compra del super. En la mayoría de los casos, se dieron cuenta que ninguno de sus controladores “superiores” (¡que maldita palabra!), sus jefes, no se daban cuenta de ello. Ese tiempo de desconexión del ritmo frenético les abría las puertas a observar su situación desde el exterior, como nos invita este video. Una maniobra de extrañamiento, poderosamente emancipadora. Tras unas semanas disfrutando de ese “no hacer nada”, surgía la necesidad de hacer algo, esta vez sí, para ellos mismos. Así nace este texto y otros muchos, escritos en ese espacio de libertad que me permití generar, usando un tiempo reconquistado. Así vi como saboteando el sistema, se genera una distancia, un espacio mental y real, que permite crear otras posibilidades. Dándole la vuelta a lo subalterno, a aquello que nos sitúa en una esfera inferior. 

Tal vez deberíamos dejar de ocultarnos y empezar a llamar las cosas por su nombre. Estas vulneraciones, este tener que tragar con lo que venga, este “si no te interesa, hay cola para este puesto”, esta constante competencia desleal, esta corriente de desconfianza hacia cualquiera… se llama violencia. Una violencia institucionalizada, validada por sus órganos de gobierno y por todos y cada uno de los que callamos bajo su yugo. La crítica institucional realizada desde la propia institución artística, ha señalado innumerablemente estas y otras contradicciones inherentes a este sistema, pero ha ido perdiendo su potencial revolucionario en tanto que su acrobático y rocambolesco gesto de evidenciación se exhibe en la institución de turno, aguando su posibilidad incendiaria. 

Tal vez deberíamos ocuparla (ahora pienso que esto ya se ha hecho, con idénticas consecuencias). O tal vez deberíamos salir de ella definitivamente. Correr y escapar como los personajes de Bande A part. ¿Debemos rescatarla? ¿Podemos? En realidad, si todo esto es así, ¿sería el Museo el lugar desde el que plantear la utopía de la emancipación como nos han hecho creer? ¿En el que enfrentarse al futuro imaginando nuevas formas de organización social, laboral y vital? ¿Y en el que ensayar nuevas formas de relación entre nosotros? 

Dudo sobre todo ello, hastiada y cansada, mientras cierro este texto y me dispongo a apagar las luces de mi pequeña mesa institucional, aquella en la que permaneceré invisiblemente e inalterablemente callada. 

Pero ahora me leéis. 

Tal vez este texto sea en su doble pirueta mortal, robando tiempo a la empresa y a vuestro asueto, un pequeño intento más de sabotaje. Una manera de ir ensanchando el camino hasta la…

Hasta la escapada final. 

“Escribir se convierte entonces en una terrible responsabilidad. Invisiblemente, la escritura está convocada a deshacer el discurso en el que, por desgraciados que creamos ser, nosotros, que disponemos de él, seguimos estando cómodamente instalados. Escribir, desde este punto de vista, es la mayor violencia, porque ella transgrede la Ley, toda ley y su propia ley.” 
Maurice Blanchot 

Federica Gordon
Escrito entre el 13 de julio - 11 de agosto de 2022

Todos los fragmentos que con sorna he descrito están basados en sucesos y personas completamente reales

· María Ruido, Las reglas del juego, 2022. Lectura recomendada de los textos de María, Brigitte y Valentín en la publicación https://www.esbaluard.org/wp-content/uploads/2022/02/PDM-Ruido_ES-WEB.pdf